Recostado en la butaca con los pies ensangrentados,
hipnotizado por llamas que danzan en la chimenea,
al ritmo de mundos que giran a 33 revoluciones.
Apreciando el valor de improvisar
medio tono por encima de lo que hace el bajista
y el de un punto de cayena en la boloñesa
y el de haber encontrado huellas de oso
y el de despertar bajo una tenue y cálida luz
sin saber de inmediato dónde estoy.
Recordando distintas versiones de mí mismo
sin tratar de construir una imagen a partir de piezas
que sé que nunca encajaron a pesar de haberlas visto caer.
Sonriendo en mi refugio asediado
por espíritus furiosos que ya no me reconocen,
moviendo el cuerpo a tres contra dos,
o dos contra tres, o tres contra dos,
rindiendo tributo a cierta diosa
de alas negras y sonrisa gamberra.
Destruyendo el pasado y el futuro
a paso de diplodocus sobre barro
con el aire que entra y sale de mis pulmones.
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